“El poeta y la triste Condesa” es un obra en la cual tengo un encuentro
surrealista con la triste condesa. Trato de darle mi calor gramatical como
poeta, debido a la injusticia despechada de otra mujer que la privó de su amado
en vida.
Paseaba una noche de
verano en Arenas de S. Pedro, la luna iluminaba el castillo de la triste
condesa como si fuera un hijo de la noche.
Al mirar la belleza
del coloso que se alzaba en la ciudadela, mi mirada se fijó en el torreón del
fortín cuando mis ojos vieron una bella dama paseando por el matacán. Fue tal
mi curiosidad de ver a tan bella mujer a la luz de la luna que decidí subir al
torreón Según subía por la
escalinata hacia la azotea de la torre un escalofrío recorrió mi ser.
Abrí la puerta del
ático y una niebla densa tupía el suelo. Miré a la derecha y sentada a la luz
vi una bella dama cortesana. Aquella mujer de ojos
verdes, piel blanca y cabellos negros como el azabache vestía de una época
pasada, los usos que llevaba correspondían al siglo XV.Al notar mi presencia
giró la cabeza y dejando su descansillo poniéndose en pie frente a mí me
preguntó:
- ¿Quién sois vos, que habéis entrado en los aposentos
de Dª Juana de Pimentel, Condesa del Condestable Conde D. Álvaro de la Luna?
Postrándome de rodillas frente a
ella y mirando hacia el suelo gélido, le dije:
-
Perdonad mi osadía bella condesa, este poeta al
mirar hacia vuestro torreón os vi y no pude resistirme a veros de cerca.
-
En otro tiempo poeta quizás vuestra testa estaría
rodando por la escalinata del verdugo. Pero el tiempo se ha detenido para mí y
eso me ha hecho ser generosa con todo aquello que me rodea.
Hace bastante tiempo
que no hablo con un mortal y máxime siendo poeta, pues quizás la noche de hoy
será diferente para mí, levantaos vuestra merced y contadme de los tiempos que
acontecen a los días de hoy.
-
Mi señora, poco han cambiado los tiempos desde que
dios creara al hombre y la mujer.
La vanidad,
narcisismo, guerras y otras desviaciones humanas. Poco ha aprendido el hombre
de la Historia mi señora.
-
Vuestra merced por desgracia lleva razón, poco han
cambiado los tiempos desde que mi alma vaga por estas murallas.
-
¿Qué os apena mi señora? Pues me he fijado que
vuestra mirada se pierde en el horizonte anhelando algo.
-
Poeta la noche es larga, pero en esta velada he
decidido a vuestra merced contarlo porque así quizás el señor se apiade de mi
reuniéndome con mi amado Álvaro, y así dejar la faz de esta tierra. Todo se inició cuando
los ojos de una maldita reina se postraron en el ser de mi amado.
Sigo aquí cautiva en
este torreón porque mi corazón sigue esperando verlo a trote corcel. De venid
de las guerras a moros infieles. Su armadura brilla como una estela del cometa
viajando por los cielos, cuando se dirige bajando la sierra hacia su morada.
Pero aquella malvada
reina quería tomarlo cómo algo suyo.
-
Mi señora ¿a qué reina os referís?
-
A Isabel de Portugal.
-
¿Qué pasó?
-
Mi amado Álvaro no la correspondió porque su corazón
estaba conmigo.
Decirle un “no” a la
Reina fue tinieblas y zozobra para los dos.
La Reina Isabel de
Portugal se enamoró enloquecidamente de Álvaro por sus dotes. Era alto, lozano,
bravo guerrero y piadoso con el enemigo
cuando lo pedía. El enemigo lo admiraba por su valentía y generosidad.
La Reina dijo que si
no era de ella no sería de otra mujer. La muy maldita cumplió la amenaza sobre
mi amado.
Aún recuerdo aquel
día, en que vinieron los acólitos de la reina y prendieron a Álvaro cómo si fuera un malhechor.
Se me abrían las
carnes de mi ser. Las bestias relinchaban enfurecidas por aquellos caballeros
malolientes.
Cautivo se lo
llevaron a Valencia, al poco tiempo le ajusticiaron sin motivo. El único delito
que cometió fue el de ser fiel a mi corazón. Juré desde entonces que en esta
vida o en la otra le esperaría.
Por eso todavía soy
rea de mi destino en el sinfín de los días de este castillo, pero tengo la esperanza de que pronto me encontraré con él.
-
Mi señora, mirad por un momento al vasto Universo.
-
Miro y no veo nada, vuestra merced.
-
Volved a mirar mi señora, que las estrellas son
caminos que los ve un corazón puro y noble como el vuestro.
-
No sé, no sé, pero haré un esfuerzo, veo algo cómo
si uno de esos cuerpos celestes brillara más que los otros.
-
Pues yo creo mi señora, que es la estrella de
vuestro amado. Alzad las manos dirigiéndolas a la estrella que habéis
mencionado.
-
Así lo haré poeta, pues tengo el corazón iluminado
de mi amor que palpita de ansiedad por encontrarme con mi amado.
-
Cerrad los ojos por un momento mi señora. Que
vuestras manos se dirijan a vuestro corazón.
-
Así lo hago poeta.
Al abrir los ojos la triste
condesa, su amado Álvaro estaba frente a ella.
El Conde Álvaro de la Luna, había
encontrado el camino desde las estrellas para recoger a su amada Condesa Dª
Juana de Pimentel. Aquellos dos espectros se abrazaron en un infinito saludo de
amor.
Un camino guiaba a otra
dimensión del Universo donde morarían en su nido de amor los dos a salvo de
aquélla malvada reina de Portugal.
Antes de partir al más allá,
ella se acercó a mi persona, con los ojos humedecidos me acarició con sus manos
mi tez, me dijo que nunca olvidará al poeta que la guió al camino de su amado.
Ahora miro al cielo estrellado y veo dos
luceros que brillan por amor, amor infinito.
Poeta : Francisco Pinilla Sánchez
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