Las noches de verano son navegaciones
con un rumbo incierto.
La luna es testigo mudo de toda alegría
o pena.
La gente conversa en terrazas y paseos,
la temática que conlleva un día más
la sociedad.
Lo impío se va con la virtud de la belleza,
las melodías viajan por encima de los murmullos,
pero sobre todo, lo que más me llama la
atención es la musa ; no dice nada porque
su reclamo es la hermosura, otras, se sienten
humilladas por la decisión de la naturaleza.
La noche sigue con sus actores, sobre todo
el sueño ¡si! Esa dimensión tan intima como
loca, animalísta y donde la ley es baladí en
un mundo inimaginable y de situaciones
surrealistas. Al fondo de nuestro escenario,
de pronto, suenan campanas :
¡¡¡ DANG, DANG, DANG...!!!
Abrimos los ojos sobresaltados, la noche paso
y el respirar un nuevo día nos alienta para navegar
en otra noche con aventura o sin ella. Pero si ocurre
algo que nos llena, la recordaremos como una
obra de arte.
El día amanece, y el sol reclama sus fueros marchando
la noche a su morada.
Todo día empieza con dos actores: la felicidad y la
zozobra, palabras para hacernos felices o para escarnio.
Los momentos del progreso son dulces o tiranos. Una
lucha donde la verdad tiene que aguantar el insulto de
la mentira.
Se tratan los destinos para bien o para mal, todo rol
camina por una senda marcada por el capitalista.
Los ecologistas predican la política de la naturaleza.
pero la mayoría viven en la ciudad, el progre con su
pijismo trata de diferenciarse de los demás, y lo único
que es: un gilipollas diferenciado, que chisporrotea al
personal.
Otros no dicen nada por lo que digan, y de aquellos
que abren la tierra para cosechar, el sol en su tez
lo sella. Y van a la ciudad cuando no les queda más
remedio. La urbe para ellos es como una mala suegra.
El día pasa con sus veinticuatro horas y de todo ello
queda historias, pero algunas merecerán recordar
en algún momento anodino de nuestras vidas efímeras
de este basto universo.
Poeta: Francisco Pinilla Sánchez
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